Ivy League es, ni más ni menos, uno de sus baluartes de clase. Una tradición inventada para una clase social sin sangre azul ni títulos. A la vez, sin embargo, (como aduce el sastre inglés John Simon, uno de los impulsores del estilo en el Reino Unido) quizás haya una intención democrática detrás de la imagen Ivy. Los americanos intentaron que todo el mundo pudiera tener un look aristocrático; era una cultura igualitaria. No tenían una tradición, así que en cierto modo el Ivy permitió que todo el mundo tuviese una”.
El Ivy toma su nombre del entramado de las ocho universidades de élite de los Estados Unidos: Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth, Howard, Pennsylania, Princeton y Yale. La red Ivy League. Sus estudiantes son los futuros presidentes, CEOs, diplomáticos, la verdadera oligarquía, la nueva aristocracia del nuevo mundo.
El jazz, la pulcritud, la perfección, el elitismo y la sofisticación que a su vez respira aires de democracia y libertad.
Nada en su conjunto destaca más que nada, o es quizá que cada pieza de su conjunto merece ser destacable? Si pensamos esto al ver un hombre Ivy es que realmente ha calado el estilo.
Un botón apenas inapreciable que cuando lo percibimos notamos que si, si que tiene algo de especial. Si es así es que no debía ser inapreciable, está ahí por algo. En su sitio justo, ni más arriba ni más abajo para que te fijes en el, y cuando lo haces te cuesta entender como no habías percibido antes esa gran pieza de calidad ornamental.
Superposición de cuellos, rayas, cuadros, escudos, colores, rombos. Una mezcla de estética conservadora que cuando entrelazamos explota.
No se si lo habré conseguido o no, vosotros direis, pero lo he intentado. Ayer me transformé en Ivy por un día.
El resultado en mi última foto.
